"El único camino para evolucionar
es el camino del amor"

MEDICINA ERA III -parte 1

Tomás Álvaro. Médico y psicólogoKrisis. Ed. La llave, 2009.

 

Esta mañana uno de mis compañeros ha entrado llorando a mi despacho. Se trata de un reconocido experto con muchos años de práctica a las espaldas y con una bien demostrada dedicación a sus pacientes, a la docencia y a la investigación. No es la primera enferma que se le muere…ni será la última. A esta la conocía bien, le hubiera gustado demostrarle lo mucho que la quería haciendo algo más por ella. Me explica que piensa que quizás no supo, siente la angustia del fracaso y la desazón de si hubiera podido hacerlo mejor. Charlamos…, le hacemos un breve hueco al silencio…, pero no hay mucho tiempo, la consulta espera. La herida se curará…, o tal vez no!, quizás deje una huella, otra más, en su cuerpo mental y emocional que le permitirá curar con más eficacia a su próximo paciente.
Cuando se estudian las experiencias o los estados que trascienden los límites de la individualidad y de la lógica racional, aparecen los niveles de realidad transpersonal (más allá de los límites de la propia individualidad) y trascendente (más allá del conocimiento del ser humano). En un mundo sanitario progresivamente tecnologizado y sofisticado, el paciente (como el profesional) tiene unas necesidades espirituales/religiosas que su cuidador debe conocer y atender (Winslow GR et al, 2007). Sin embargo, como paradoja, son los psiquiatras los que menos creencias y práctica religiosa muestran (Curlin FA et al, 2007). Quizás esto podría explicar porqué los facultativos no buscan en ellos ayuda para el tratamiento del dolor espiritual y psicológico de sus pacientes.
Entre las múltiples fuentes de la salud se incluyen: material/física, social, cultural y espiritual. La existencia de asociaciones significativas entre la actividad religiosa-espiritual con una mejor salud mental y física ha sido ampliamente demostrada (Koenig GR 2001). Más allá de una visión simplista, un planteamiento abierto obliga a reconocer que estas investigaciones se encuentran en sus primeras fases de desarrollo, y que existen indicios fundados de efectos positivos que es preciso estudiar, identificar y potenciar para beneficio de los pacientes.

 

El ojo clínico y la intuición

Algo que todo médico con cierta experiencia ha escuchado es: “le doy gracias al cáncer” o ”el cáncer es una de las mejores cosas que me han pasado”. Es como si el dolor, el miedo y el sufrimiento que acarrea la enfermedad llevaran para algunas personas un mensaje de sabiduría y comprensión que antes, en su vida normal y en estado aparente de salud, no habían podido apreciar o descubrir. La vivencia del propio cuerpo como una sombra del espíritu, un soporte físico que permite que la esencia se encarne y se manifieste. Y que no es el hecho lo grave que te pueda pasar, sino la manera en que tú lo vivas. Llevado al extremo, como cuenta Larry Dossey (2005), cabría establecer una diferencia entre curación, en el sentido convencional del término, y sanación, entendida como un proceso de purificación, de crecimiento, de evolución y de discernimiento. Este no es incompatible, incluso, con la muerte del enfermo, siempre y cuando el proceso haya cumplido su función. Sea como sea, el hecho de descubrir el sentido de la enfermedad permite al paciente aliviar su carga, y cabría añadir, en palabras de Jung, que también lo contrario es verdad y que la carencia de sentido constituye otra definición de enfermedad.
Aunque no se lo sepa explicar, cualquier médico con experiencia le podrá decir en la intimidad que la conciencia es un factor fundamental en el mantenimiento de la salud y en la curación de la enfermedad. Y que muchas veces ha sido capaz de pronosticar el curso de la enfermedad de sus pacientes más graves a través de un sexto sentido. Es decir, los médicos –como cualquier persona- poseen la vivencia y la experiencia repetida de recibir información válida y fiable, el famoso ojo clínico, de la intuición o el sexto sentido. El médico resuena con sus pacientes, y su propio estado y nivel de conciencia marcan el punto infranqueable en el grado de complicidad y probablemente de capacidad de ayuda a sus pacientes. Tristemente, mientras que un estudiante de Medicina sí hace prácticas de auscultación cardíaca o de palpación abdominal, estas otras facultades son inhibidas, camufladas o sencillamente escondidas, por caracterizarse por falta de objetividad, de explicación científica e incluso de autoconvencimiento racional. La pregunta es: ¿podría ser reconocida, entrenada y aprovechada esta facultad?
En la actualidad, hemos alcanzado el punto en que somos capaces de admirar y aceptar sin prejuicios la genialidad y la maestría que emergen de la intuición de grandes maestros, científicos y artistas, pero a la vez vivimos encorsetados dentro del mundo de la lógica y la razón. No sería raro que personajes históricos con niveles superiores de integración como Jesucristo, Buda o Gandhi fueran juzgados por nuestra sociedad occidental como patológicos o merecieran el calificativo de psicóticos. Ellos nos han enseñado, como multitud de estudios de los que disponemos, que los pensamientos y las emociones no sólo afectan a nuestro organismo, sino también a los cuerpos de otros, en la distancia, de una forma no local. Existen fenómenos en estado de salud que a pesar de ser comunes, carecen de explicación científica hasta la fecha, como la telepatía, la clarividencia, la precognición o la oración. Asimismo existe un lenguaje que no es el habitual, como el poético, el metafórico, el simbólico, el lenguaje de los sueños o el de las sincronicidades. Dicho lenguaje parece contar con sus propias leyes, y lejos de ser irracional, se presenta como compacto y dirigido a un sentido oculto del hombre que lo capta y lo entiende, en mayor o menor medida según sea su grado de sintonía con él. A nivel grupal, los arquetipos parecen representar campos de información y niveles de conciencia compartidos. La física cuántica, a través de sus principios y demostraciones experimentales, es capaz de explicar a nivel atómico y subatómico, por lo menos algunas de estas evidencias.

La debilidad de los sentidos

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