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Fundamentos científicos de la dieta anticáncer – parte 1

Tomás Álvaro Naranjo.- Médico y psicólogo

 

El cáncer no es una lotería

El importante papel que la dieta desempeña en la incidencia del cáncer está bien documentado. Eso nos invita a todos a tomar un papel más activo en el cuidado de nuestra salud y a adquirir la información y los medios necesarios al servicio de un estilo de vida integral y saludable.

Un alto consumo de productos de procedencia animal, un baja cantidad de fibra y el desbalance entre ácidos grasos omega 3 y omega 6, incrementan el riesgo de cáncer. El consumo de frutas y vegetales, así como la inclusión en la dieta diaria de elementos como selenio, ácido fólico, vitaminas B y D, carotenoides, probióticos y antioxidantes, constituyen factores protectores preventivos del cáncer. Los estudios muestran que una dieta baja en grasas y alta en fibra protege contra la recurrencia y la progresión de un cáncer que ya se ha manifestado.

El día que escribo este artículo sale a la luz un importante estudio epidemiológico que analiza más de un millón de muertes por cáncer en España. Sus conclusiones son claras: el cáncer no es una lotería. El riesgo de sufrir algunos tumores se incrementa hasta un 50% según la región en que vivimos, como el cáncer de vejiga en Andalucía y Cataluña o el de pulmón en Extremadura y Galicia. Además del tabaco, vivir cerca de una mina de carbón a cielo abierto, de una cementera o de industrias contaminantes incrementa el riesgo de sufrir esta enfermedad. En los 20 años estudiados murieron de cáncer de estómago casi 150.000 personas, siendo el riesgo mayor en Castilla y León, lo que los autores atribuyen a las costumbres alimenticias. En el cáncer de colon y recto, distribuido casi por igual en toda España, destaca como factor de riesgo la obesidad.

 

Vivimos un momento en que una parte creciente de la sociedad, profesionales e investigadores echa de menos que la medicina científica no sea lo suficientemente científica. A veces lo que no se puede encajar en el método positivista y científico-técnico queda apartado automáticamente, como si no tuviera valor ni mereciese la apertura mental, el estudio y el conocimiento, como pena por no ajustarse al paradigma previamente acordado. En este ámbito podríamos poner el papel de la dieta anticáncer, en la que a pesar de cientos de artículos científicos, investigaciones y una evidencia incontestable, la introducción en la práctica clínica del papel de la nutrición se mantiene a la espera de ser incorporada de pleno derecho en las medidas de prevención y la práctica clínica diaria.

 

Quizás este camino requiera simple y llanamente la pavimentación de la información, que unas veces por desconocimiento y otras por vaya usted a saber qué tipo de intereses, hace que la senda quede bacheada, dejando a criterio de cada cual su elección según sus conocimientos y su propio sistema de creencias.

 

Creencias al margen, hoy por hoy, parece suficientemente demostrado que la dieta es responsable de entre un tercio y la mitad de todos los cánceres humanos, y hasta el 70% de los de algunos sistemas como el digestivo. Y lo contrario también es verdad: el cáncer puede prevenirse con un régimen alimentario adecuado, capaz de incidir sobre los procesos celulares e inflamatorios relacionados con su aparición. Los cálculos de los organismos oficiales mundiales expertos en el tema afirman que la incorporación de las recomendaciones alimentarias y la actividad física  son suficientes para reducir la incidencia de cáncer en más de un 40% en el mundo entero. Si a ello sumamos el efecto del tabaco, los datos facilitados por los expertos rondan una disminución del 80% de todos los cánceres. Es decir, el cáncer no es una lotería. Tenemos al alcance de nuestra mano intervenir realmente en el proceso. Una decisión bien informada  requiere saber qué y cómo es lo que pretendemos hacer.

 

¿Qué es el cáncer?

 

Existe un cáncer latente dentro de cada uno de nosotros. Miles de millones de células nacen y mueren cada día dentro de nosotros, y en el proceso, con frecuencia, se producen errores genéticos, mutaciones, células infectadas por virus u otros tóxicos, capaces potencialmente de desarrollar un tumor. Y entonces usted se preguntará, ¿y si eso es así, porqué no tenemos más cáncer? Y la respuesta es sencilla: porque nuestros mecanismos de defensa se encargan de vigilar que no progrese. Ellos tienen la capacidad de reparar los defectos o bien de eliminar las células potencialmente peligrosas.

 

El proceso de carcinogénesis suele ser lento, de años o incluso décadas, a través de las cuales células precancerosas van sufriendo cambios sucesivos antes de que llegue el momento de manifestarse como un tumor clínico. Eso le da sentido a enfocar hábitos y estilo de vida sobre nuestro propio terreno, esto es, cuidar y potenciar nuestros sistemas de vigilancia y de control, desplazando la atención hacia nuestro estilo de vida mucho más que hacia nuestra base genética, que explica apenas entre un 5-10% de la mortalidad debida al cáncer. ¿Qué es lo que podemos hacer cada uno de nosotros para bloquear la progresión de microtumores latentes? ¿Podemos actuar directamente sobre las células tumorales y las que las rodean, el microambiente tumoral? La respuesta es clara y afortunadamente es sí! Y entre otras cosas en las que podemos intervenir, aquí es donde cobra importancia la evidencia de las propiedades preventivas y terapéuticas de algunos compuestos alimenticios, moléculas fitoquímicos, capaces de incidir en el proceso oncogénico.

 

Partamos de la base que un cáncer no se desarrolla de la noche a la mañana. Requiere una serie de fases y que fallen muchas cosas en nuestro organismo antes de poder manifestarse clínicamente. Para que una célula o un grupo de ellas con potencial de malignidad acaben transformándose en tumor, es necesario que se pierda la  regulación de al menos los siguientes mecanismos:

 

  • La proliferación celular, esto es, el mecanismo de división a través del cual se incrementará el número de células que constituyen el tumor.
  • La pérdida de la capacidad de muerte celular, un sistema de autosuicidio que en condiciones de normalidad hace que la célula defectuosa ponga en marcha un programa genético de muerte celular llamado técnicamente apoptosis.
  • El sistema inmune, que en condiciones normales vigila que la gran cantidad de células defectuosas que se genera cada día en nuestro organismo sean eliminadas. Sin embargo su papel es doble, y paradójicamente no hay tumor que pueda desarrollarse si no es con la contribución de la inmunidad, a través de un proceso inflamatorio que aporta factores de crecimiento y otras moléculas que hacen posible que el tumor crezca en vez de ser barrido del sistema.
  • La disposición de estructuras vasculares que nutran el tumor. Sin ellas no se generan las condiciones indispensables de crecimiento del tumor, de manera que con frecuencia es posible encontrar tumores latentes durante muchos años sin manifestarse clínicamente, siempre y cuando no dispongan de la suficiente vascularización, lo que técnicamente se conoce como angiogénesis.

 

Conocer el proceso por el que se desarrolla el tumor es fundamental para dotarnos de herramientas que nos permitan impedir su desarrollo y en su caso la forma de atacarlo. Así pues,  disminuir la división de las células tumorales, aumentar su muerte programada, movilizar el sistema inmune y disminuir la inflamación y las estructuras vasculares contribuirán de forma decisiva a impedir el nacimiento del tumor y en su caso a limitarlo. Esto es lo que persiguen los tratamientos oncológicos actuales, la cirugía, que trata de eliminar el tumor de forma radical y la quimio- y la radioterapia que persiguen especialmente disminuir el crecimiento del tumor, la mayoría de las veces de forma paliativa, al no ser capaces de curar el tumor (con algunas excepciones). El problema de estos tratamientos son sus efectos de toxicidad por un lado y el hecho de borrar con el codo lo que escriben con la mano, ya que contribuyen a la disminución de la inmunidad y al aumento de la inflamación y de la angiogénesis, lo cual acaba por contribuir a que las recidivas sean todavía más agresivas que el tumor original.

 

La ciencia de hoy y la corriente principal de nuestro modelo sanitario tienen ante sí el reto de valorar, cuidar, mejorar e incorporar a la clínica los recursos naturales de los que el propio organismo dispone para hacer frente a la enfermedad. Estos pueden ser potenciados  través de sistemas naturales, potentes, económicos y seguros, como la dieta, el ejercicio físico y otras medidas ligadas al estilo de vida. Las células del sistema inmune son mucho más efectivas cuando se las protege de toxinas, se las alimenta bien, con la actividad física y eliminando el estrés, al que dichas células se muestran especialmente sensibles. Ello tiene implicaciones directas sobre el crecimiento del tumor, las metástasis y por supuesto la calidad de vida.

 

 

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