PREGUNTAS POR RESPONDER
El dolor no es objetivo, sino que pertenece al ámbito de lo subjetivo, a la experiencia afectiva que traduce lo que le sucede al cuerpo, en conciencia. Es el grito del órgano enfermo, pero también incluye una función psicológica al actuar como llamada de atención de vuelta al propio individuo, e incluso espiritual, como ejercicio de interiorización y reconocimiento de la propia identidad. El dolor como pregunta, en un interrogatorio despiadado al que es preciso encontrar respuesta.
Cuando el dolor es muy agudo, casi eléctrico, puede llevar a desear la propia muerte; destruye la vida, la enajena y enfrenta al paciente con su propio límite. Puede resultar humillante y devaluar a la persona hasta convertirla en una caricatura de sí misma, anular su desarrollo y devolverla, sin contemplaciones, a sus orígenes. El dolor anula los esfuerzos de la razón y puede devastar la relación social y familiar, sexual y moral. Es el gran destructor del sentido y del significado. Su injusticia se recrea haciendo al individuo asocial. Rompe los lazos con el exterior para apuntar de forma exigente a la experiencia interior, sin ninguna consideración. Y, llegados al extremo, rompe también los vínculos religiosos o espirituales: todas las grandes verdades se desmoronan ante la devastadora amplitud de sus estragos. Las emociones se diluyen y desaparecen el intelecto, el afecto, la amistad y el amor. El dolor hace aflorar la fragilidad, produce angustia y nos llena de miedo. Su estrategia, como maestro obsesivo del presente, es apagar el futuro y borrar el pasado. El dolor conduce a la depresión a través de la pérdida de control, la enajenación, la indefensión y el desvalimiento. La mayoría de expertos defienden que es preciso abandonar la falsa idea del dolor bienhechor. Arguyen que raras veces dignifica o ennoblece; en cambio, suele ser destructivo física, psicológica y socialmente. Para estos autores, el dolor es siempre inútil, empobrece y hace que el espíritu más luminoso se convierta en un ser apagado, cerrado sobre sí mismo y enfocado sobre su mal.
Alentados por los constantes avances tecnológicos, suponemos que podemos alejar el dolor consumiendo grandes cantidades de analgésicos, silenciando las llamadas de un cuerpo que nos grita en pos de escucha y atención. Sin embargo, la experiencia del dolor es única y pertenece al ámbito del sentimiento de la persona. El dolor corporal hace su papel de sensibilización a todos los niveles, agudiza la conciencia que da profundidad y significado a la experiencia, y supone el abandono del deseo y la conexión con el presente, un aquí y ahora concentrado en el punto de máxima aflicción.
PLANTAR CARA AL DOLOR
Afortunadamente, el dolor tiene muchas facetas y puede ser vivido e interpretado de distintas formas. Muchas mujeres viven el proceso del parto, por ejemplo, como una de las experiencias más gozosas y significativas de su vida, lleno de placer, excitación y erotismo.
En estos casos, la separación del dolor del sufrimiento que lo acompaña permite hacer frente a la situación dolorosa con entereza y plenitud. Asimismo, en condiciones extremas, el dolor puede llevar al colapso y entonces dispara los mecanismo de seguridad que hacen emerger estados no ordinarios de conciencia y experiencias transpersonales. Es el otro lado del espejo: el dolor puede ser un foco de iluminación, de lucidez y de expansión de la conciencia. A pesar de que cuando aparece absorbe toda la energía de la persona y su «ruido» apaga el funcionamiento de la mente, el dolor también devuelve al ser al territorio de la conciencia y es capaz de despertar una sensibilidad inigualable, una agudeza extraordinaria sobre aspectos que de otra forma no se podrían percibir.
DOS MANERAS DE AFRONTARLO
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