CONEXIÓN ESPECIAL
El hecho de que nuestros corazones puedan sincronizarse con los de nuestros seres queridos presenta una visión novedosa sobre los vínculos sociales. Un estudio realizado con personas que caminaban sobre unas brasas demostró, que cuando vemos a un ser querido en una situación peligrosa o difícil, el ritmo cardiaco de nuestros corazones se puede sincronizar. Por eso es evidente que los rituales colectivos unen a las personas. Bailar, cantar juntos o simplemente estar y compartir sirven para sincronizar el ritmo cardiaco de todos los componentes del grupo.
Podría tratarse del mecanismo que explica la ley natural de las oscilaciones acopladas, que asegura que dos o más ritmos pueden llegar a coordinarse. Este fenómeno es posible observarlo con frecuencia en la naturaleza, desde las luciérnagas que coordinan sus destellos, a las manadas que acomodan el paso, sin olvidar el movimiento sincrónico de un banco de peces o las figuras chinescas de una inmensa bandada de pájaros.
El mensaje naciente del lenguaje de la naturaleza debe de servir para considerar el hecho de que no es posible pensar que cada uno de nosotros somos seres aislados, sino que ciencia y naturaleza nos demuestran, una y otra vez, que ya desde antes de nacer y hasta el día en que nos morimos somos seres conectados al entorno y a las demás personas. Por eso, el corazón del abuelo ordena el patrón rítmico del nieto, o la madre el de su hijo, o la pareja de enamorados tiende a latir al unísono.
ENERGÍA COMPARTIDA
Y si se colocan varios corazones juntos también llegarán a compartir el ritmo, de la misma manera que les sucede a los miembros de una orquesta. La sincronización entre corazones habla de su poder de adaptación y de resonancia con el ritmo más armónico, lo que establece las bases de la relación, ya sea entre embriones de tortuga o entre el terapeuta y su paciente.
Y ahora nos explicamos cómo nuestras emociones tienen la capacidad de contagiar a aquellos que se encuentran en nuestra cercanía, y las emociones de los demás también nos afectan a nosotros mismos. Y que el contacto físico juega un importante papel a la hora de facilitar el intercambio de energía, como ocurre al darnos un abrazo, un beso o en los primeros momentos después del parto. Podemos registrar la actividad eléctrica del corazón en cualquier punto del organismo. Incluso en el abdomen de la embarazada, más pequeñito, se aprecia el gráfico que corresponde al electrocardiograma (ECG) fetal, ambos perfectamente acoplados. También es posible registrarlo en la cabeza llevando en su seno una señal más tenue correspondiente a la actividad eléctrica del cerebro, la que aparece en el electroencefalograma (EEG). El corazón actúa como una onda portadora, llevando el comando de funcionamiento y marcando el ritmo de cada célula y tejido del organismo.
Si el abrazo entre los electrocardiogramas del bebé y de su madre, y entre el ECG y el electroencefalograma son realmente asombrosos, todavía lo es más el hecho de poder registrar el ECG de una persona en el EEG de otra, como ya ha sido comentado anteriormente. Debemos recordar que el estado emocional de la persona se refleja en el campo electromagnético generado por su corazón, y que la sincronización entre corazones, el de la madre y el niño, constituye el primer ejercicio vital de adaptación. La de resonancia con el ritmo más poderoso y armónico.
EFECTOS EN EL BEBÉ
En definitiva, la frecuencia cardiaca de la madre afecta directamente en la construcción y la estructura neuronal del feto, al mismo tiempo que le ofrece al niño un ritmo base motor, como, por ejemplo, la cadencia en el momento de aplaudir. Ya desde el embarazo, el tipo de acoplamiento que se produzca entre el ritmo cardiaco de la mujer y el de su hijo predice el nivel de sincronía que existirá cuando el bebé cumpla los tres meses de vida. Y en las parejas madre-hijo mejor avenidas, la adaptación materna a las necesidades del lactante es la que regula el latido del corazón del bebé, interiorizando la sensación de seguridad emocional que literalmente lo nutre.
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